"Las
turbulencias económicas de los últimos años han servido para que Europa haya
dado nuevos pasos hacia una mayor integración, empezando por las medidas de
estabilización financiera y por un proyecto de unión bancaria que aún está en
proceso de construcción. A estas alturas, todo el mundo es consciente ya de que
tener una zona monetaria única sin una política fiscal común es una invitación
al tipo de crisis que hemos experimentado.
Sin embargo, Europa ha llegado a este
punto a regañadientes y sujeta a grandes tensiones, a base de una serie de
acuerdos entre jefes de Gobierno que, en opinión de muchos, están permitiendo
que los Estados más grandes y poderosos impongan sus políticas de manera
antidemocrática a los demás. En varios países, sobre todo Italia, Grecia y
España, en los que los costes sociales del ajuste han sido especialmente
elevados, está produciéndose una reacción cada vez más extendida contra la
propia idea de Europa.
Es más, de un tiempo a esta parte,
podemos observar el preocupante ascenso de partidos y movimientos que parecen
pensar que la reafirmación nacionalista les librará de los imperativos comunes
que implica el gobierno de Europa o que creen que el proteccionismo les
permitirá eludir la obligación de buscar una forma de solucionar la falta de
competitividad europea.
Lo que resulta ya innegable es que los
ciudadanos europeos no van a seguir dispuestos a avanzar por la vía de las
reformas y la integración si no se les da voz y voto a la hora de determinar el
rumbo, y mientras no exista un programa de empleo común y de emergencia que
demuestre que Europa sirve para algo.
Los intentos de reformas que hemos
visto hasta ahora en Europa nos permiten extraer varias lecciones.
Primera lección: entre el momento en
el que hay que tomar las decisiones difíciles y el momento en el que las
reformas entran en vigor y se plasman los resultados transcurre cierto tiempo.
En algunos casos —como en Alemania—, ese intervalo puede ser de hasta cinco
años. Y eso constituye un problema para los políticos cuando en ese periodo se
celebran elecciones, como acabamos de ver en Italia.
Segunda: las reformas estructurales
solo pueden dar fruto si se realizan conjuntamente con medidas de crecimiento.
En términos generales, el debate actual es una repetición del que ya mantuvimos
en 2003 y 2004 a propósito del Pacto Europeo de Estabilidad y Crecimiento.
La intención de Alemania y Francia al
reformar entonces el pacto no era rebajar criterios. Lo que nos preocupaba, por
el contrario, era fortalecer la faceta del crecimiento, porque Alemania, en
aquella época, no podía mantener una capacidad de ahorro de miles de millones
de euros y al mismo tiempo poner en práctica políticas reformistas.
Hoy, Alemania debe dar esa misma
oportunidad a sus socios europeos. Grecia, Irlanda, Portugal, Italia y España
han hecho progresos en la reestructuración de sus sectores financieros. Y
Chipre tendrá que seguir la misma dirección.
Asimismo, la situación política y
económica de los países en dificultades nos ha enseñado que el ahorro, por sí
solo, no basta para superar la crisis. Todo lo contrario: existe el riesgo de
que las economías nacionales se vean estranguladas casi por completo por la
política estricta de austeridad. Se ha demostrado que, al mismo tiempo que
llevan a cabo reformas estructurales, estos países también necesitan ayuda.
Es obligatorio que exista siempre una
correlación entre la voluntad de emprender reformas estructurales y la voluntad
de ser solidarios. No se trata de una disyuntiva entre “crecimiento o
austeridad”. Estamos convencidos de que las dos políticas se pueden combinar de
manera inteligente; es más, deben combinarse. Necesitamos disciplina
presupuestaria, necesitamos reformas estructurales, pero el programa de
austeridad debe ir acompañado de factores de crecimiento.
En este contexto, un aspecto
fundamental es la lucha contra el paro juvenil en Europa. No podemos
resignarnos a contar con una “generación perdida” cada vez más amplia en todo
el continente porque, en numerosos países, más de la mitad de los jóvenes no
tienen trabajo. Los líderes europeos que van a asistir a la reunión abierta del
Berggruen Institute en París el 28 de mayo abordarán esta cuestión y
presentarán su propuesta de un “nuevo pacto por Europa”.
Y en esta cuestión desempeña un papel
muy importante la responsabilidad del Gobierno alemán. En Alemania, el
desempleo juvenil es inferior al 8%. Son muchos los jóvenes de los países del
sur de Europa que buscan allí salidas profesionales. Ahora bien, la migración
de una población laboral joven y muy preparada no puede ser la solución al
problema, porque los hombres y mujeres que se van en esas circunstancias están
llevándose sus títulos y su preparación de su país. En consecuencia, lo que nos
hace falta es un gran programa pensado para abordar el problema del paro
juvenil a escala europea. Los países más poderosos de Europa, en particular
Alemania, tienen la oportunidad de demostrar su responsabilidad política y económica
en esta situación.
Por otra parte, las elecciones que se
celebrarán en mayo de 2014 al Parlamento Europeo ofrecerán a todos los
ciudadanos europeos la posibilidad de tener voz en la elaboración de nuestro
futuro común. Por primera vez desde la fundación de la UE, los partidos más
fuertes del nuevo Parlamento tendrán la potestad de elegir al máximo
responsable del Ejecutivo europeo, el presidente de la Comisión. Hasta ahora,
el presidente era designado por el Consejo Europeo, que representa a los países
miembros de la Unión.
Si las elecciones que produzcan esa
Cámara cuentan con una participación abundante de los ciudadanos europeos, el
nuevo presidente de la Comisión tendrá la misma legitimidad democrática que
cualquier dirigente nacional en un sistema parlamentario. El vacío de autoridad
que existía en Europa por el hecho de no contar con esa legitimidad —con la
consiguiente imposibilidad de tomar medidas reales y eficaces en nombre de
todos los ciudadanos europeos— se habrá resuelto.
Si los candidatos que compitan por los
escaños parlamentarios se presentan con programas basados en sus respectivas
visiones de Europa, las elecciones de 2014 podrían además sentar las bases para
que el nuevo Parlamento Europeo sirva de “congreso constituyente” y pueda decidir
qué competencias debe asumir Bruselas —estabilidad financiera, comercio e
inmigración, por ejemplo— y cuáles deben seguir siendo, en su mayor parte,
responsabilidad de los Estados miembros.
Europa podrá volver a funcionar si los
Gobiernos, los sindicatos, las empresas y la sociedad civil unen sus esfuerzos
para apoyar una nueva iniciativa de empleo juvenil y respaldar el intento que
supondrán las elecciones de 2014 de aportar más legitimidad y democracia al
Gobierno de la Unión". (texto de Gerhard Schröder, que fue canciller de Alemania
y de Jacques Delors que fue presidente de la Comisión Europea. Ambos son
miembros del Consejo para el Futuro de Europa del Berggruen Institute - Traducción
de María Luisa Rodríguez Tapia, El Pais com a devida vénia)